Por Pedro Arturo Estrada
Recuerdo mi primera lectura de Bataille en torno a la petite mort y la idea de transgresión que por entonces nos obsesionaba un poco ante la vida, la sociedad y el arte. Bataille se convirtió en ese momento para muchos, en un adalid del nuevo pensamiento, una nueva sensibilidad, como pensador antisistema, heredero de todo cuanto significaba hasta ese momento una suerte de revolución cultural en todos los niveles, la misma que desembocaría en el famoso “Mayo 68”, Sartre, Beauvoir, Camus, entre otros, y que se avendría incluso con el vitalismo de un Henry Miller, Anais Nin, Michael Foucault, etc.
Después vendría ese libro de Octavio Paz, La llama doble que definió brillantemente las diferencias entre sexualidad y erotismo de manera bella y definitiva. Otros libros, otros antecedentes, principalmente en la misma literatura y, sobre todo, en la poesía y en el arte, el cine, y como no, en la música, contribuyeron poderosamente a darle un fondo mucho más amplio y verdadero a la propia experiencia, a una manera de asumir esa realidad inevitablemente pacata, atravesada de miedos y prevenciones instaladas por el medio social y la cultura cristiana quizá de forma permanente.
Fue, pues, la poesía, ese "erotismo del lenguaje" como bien lo dijo Paz, la vía, para mí, más íntima y profunda de conocimiento real, de experiencia erótica, incluso desde antes del primer encuentro amoroso con alguien, vía que conectó para siempre mi ser al mundo como deseo, como necesidad fundamenta de integrarme a los otros, a un otro al que estaban destinadas o aludían las palabras, los poemas e historias que leía desde la infancia. El lenguaje como extensión del cuerpo, como extensión de los sentidos, para entrar en contacto con el mundo, con la vida, con las cosas sin intermediaciones. Nombrar y leer lo nombrado era ver, era tocar, era sentir, era oír, era gustar, era oler, pero también incorporar lo otro, al otro, a mi propio ser, a mi espíritu, hasta poseerlo casi completamente..
El lenguaje hizo posible todo eso, sin misticismos, de un modo cercano y aparentemente simple, aunque desde luego, esa aparente simplicidad encubría o dejaba entrever el misterio, la belleza ínsita que cada palabra, cada frase, cada verso o párrafo, cada página o historia traían hasta mí. Desde niño, las palabras fueron sensaciones, imágenes, sonidos, atmósferas incitantes, plenas de sabor, de encantamiento, como manos que descorrían para mí velos, pliegues y vestiduras de lo real, dejándome contemplar entonces la desnudez de lo allí convocado, su esplendor, su palpitante belleza solo para mí, dispuesta y dulce.
Más allá de lo que por siglos se ha denominado "Poesía erótica" gracias a su contenido amoroso, sensual o sexual específico, lo que en verdad trasciende es la forma, el modo, la belleza con la que el lenguaje logra provocarnos, transmitirnos una sensación placentera y suscitar en nosotros el deseo. Grandes ejemplos de la literatura y la poesía universal lo corroboran, si nos fijamos bien, desde El Cantar de los cantares, Safo de Lesbos, Longo, Ovidio, Petrarca, Shakespeare, Quevedo, hasta Leopardi, Apollinaire, Trakl, Bretón, Kavafis y poetisas como Delmira Agustíni, Storni, etc, sin olvidar las grandes obras que más por su alta calidad literaria que por sus historias, permanecen también como expresión de un alto refinamiento erótico, desde El Karma Sutra, El Satiricón, El Decamerón hasta El amante de Lady Chaterley de Lawrence, El amante de Marguerite Duras, Delta de Venus de Anais Nin, Trópico de Cáncer de Henry Miller y otros muchos.
El eros —no hay novedad al recordarlo–, es la fuente primordial de toda poiesis, toda creación humana, tan poderosa como el instinto de sobrevivencia y por supuesto de perpetuación en otros, en el tiempo, como anhelo de inmortalidad, de trascendencia ante la muerte. De ahí su carácter sagrado, y aun, su connotación religiosa y su permanencia mítica.
La poesía como lenguaje creador, como experiencia del espíritu y del cuerpo, de los sentidos, sólo puede ser, desde este punto de vista, conexión viva y última del ser humano con el eros en su absoluto. La poesía es ese absoluto. Ese Eros universalis.
Nov de 2022
Comentários