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  • Foto del escritorJennifer Garcia Acevedo

Selección de poemas de Mery Yolanda Sánchez


La poesía de Mery Yolanda Sánchez ha alcanzado en el país y el exterior, un reconocimiento cada vez más amplio por su fuerza y originalidad expresivas. Su voz poderosa y dura, la verdad y la agudeza cortante de sus imágenes, pero también la profunda humanidad de sus temas, ganan sin duda cada vez más un lugar definitivo en el corazón y la conciencia de sus lectores, de aquellos que por fortuna hemos podido conocerla tanto en sus libros como en la vida, la amistad, la palabra cercana.

Cada verso, cada poema suyo toca siempre un punto sensible de nuestra realidad, de nuestra vida. El poema es para Mery Yolanda, un espacio de confrontación con el dolor y a la vez, de reconciliación con lo humano que aún resiste y sobrevive, que vuelve siempre, como las palabras, cuando todo ha pasado.

Nos complace mucho tenerla hoy con nosotros y agradecerle la sencillez y autenticidad de su gesto, el afecto con el que nos comparte estos poemas.


MERY YOLANDA SÁNCHEZ

Nació en el Guamo Tolima el 30 de junio de 1956.

Ha publicado los libros de poesía La ciudad que me habita, Ritual para las noches, Dios Sobra, estorba, la antología Un día maíz, Gradaciones, la selección de poemas Rostro de tierra y en la Antología Doble fondo El hombre que escupe mariposas. En 2012 su novela El Atajo mereció el segundo lugar en el II concurso de Novela Breve de la Universidad Javeriana y fue publicada en 2014; y se reimprimió en 2019 por Himpar Editores. Ha trabajado en libros de memoria de la Organización Femenina Popular, Vidas de historia, una memoria literaria y Escrituras del desarraigo, historias de Floridablanca. Obtuvo mención en concurso El cuentista Inédito del Centro de Estudios Alejo Carpentier en 1987 y en 1994 Mención en el V Concurso Nacional de cuento Germán Vargas. Fue beneficiada con la Beca Nacional 1998 del Ministerio de Cultura por su proyecto Poesía en Escena (propuesta escénica para la presentación de lecturas de poesía que se realiza en Bogotá desde 1993). Ha orientado talleres de poesía para niños, jóvenes, población de internos en centros carcelarios y Habitantes de la calle. Dictó cursos de apreciación y creación literaria en la Universidad Nacional. Diseñó y ejecutó para el Comité de Derechos Humanos de la Personería de Bogotá el proyecto Puente Experimento Piloto.




Primera piel

Has vuelto a la individualidad de las cosas. Miras tu taza de café y ya no está el camino por donde pensabas correr. Sabes que no es necesario cambiar las manecillas del reloj, los ruidos tendrán el mismo sentido en cualquier país de hora exacta. Recordarás que no podrás dejar hilos sueltos ni calcetines por remendar, allá no encontrarás otras madres. No volverás a las teorías del duelo aunque tu eje gire en contrario. Tratarás de recuperar la historia de tu primera piel, pero tu calendario tendrá errores en notas antiguas, donde los pies escriben el miedo en la brújula de multitudes. Reconocerás que son muchos los que andan sin sombra y al son de una larga duda, porque no hay quien repita sus pasos ni devuelva las caricias.




Dos días para Lázaro

El otro día, en la Casa de Justicia ladró

cuando las llamas le quemaron el hocico.

Olió a los que en fila fueron trasladados

a la casa ciega de la esquina,

donde muchas veces batió la cola

en desfile militar.


Es viernes, el viejo Lázaro perro de andén

entra a un restaurante y es retenido,

lo que menos quería era que un expediente

le confirmaría ser hombre.


Ahora todos le miran, le señalan,

le hacen advertencias, posibles condenas,

él busca su cola

y las dos patas que dejaron como huellas.

Firma,

llora y necesita un abrazo.

Llora, firma y busca un pañuelo,

firma, llora y pregunta por un beso.

El hombre que le acompaña

gruñe como él lo hacía antes.

Lázaro sólo llora y firma.


La perrita de humo en los ojos

escarba al otro lado de los barrotes.


Afuera leen las listas, Lázaro no se escucha.



Los otros

No alcanzaron a sentir miedo. Cuando los cortaron el dolor llegó primero, la boca de la bota en la cara. Pronto el susurro de la sierra fue lejano. Un pajarito almorzó los pecados de las

vísceras.


Sus sombras siguen y recogen los sombreros que atajó el viento.


Las mujeres orinan cualquier lugar.


Los niños se volvieron ancianos amarrados a los alambres de púa.


Tres territorios debajo de las carcajadas de los asesinos.


Y sus sombras también son perseguidas, señaladas y marcadas desde los pájaros metálicos, dueños del cielo.



Lecciones antiguas

El camión avanza,

hombres aprietan últimos recuerdos en sus ojos.

Luego, de rodillas junto al río.

No alcanzan el frío, ni la certeza de los peces en sus bocas.

Papá ebrio se lanza al vacío hasta quedar con vida.

Aseguran, que la flor nacional es una orquídea negra.



La pregunta

Te han tirado al patio de las ranas. Sobre ti, pompas de jabón. Te preguntabas por qué las gallinas son tristes y van con una queja eterna. Hoy te picotean y no saben qué eres. Alguien te habrá mirado por última vez como un mal recuerdo. Nunca supiste estar de pie, no te gustaba estar pendiente. Sin embargo, te acostumbraste a dormir con ropa por si te sacaban con el sueño.



Heredad

Ahora solo de lejos puedes mirar la propiedad de tu tierra. Alguien te contó de las primeras guerras donde el arcabuco festejó las cenizas en el olor a albahaca. Te resignas al roce de los peldaños donde se abren las bocas de las distancias. Y no hay paz en ti porque te dejaron la fría costumbre de contar los vacíos.



Encuentros

Recuerdas cuando te reuniste con los verdugos en la casa del pan y te viste en la tierra desolada y volviste en saltos sobre las horquetas sin nombre. Ni siquiera fechas en los caminos. Remolinos de polvo te hablaban del viento y te abrazaban y te mandaban a botes por las montañas. Te enredaste con un poco de sal que no hacía falta porque vacas y maíz se habían cansado de resistir.



Telares

Del olvido sabías, es una madeja de difícil comienzo. Se desenreda el cadejo, se hacen telas donde se amontonan y guardan historias de los cuartos fríos. Sabías que los mancos llevan con orgullo una llave de dos manos para asegurar la angustia.



Separaciones

Piensas en los dedos de los cuerpos tibios, se entrelazan y te duelen de nuevo las garzas tristes. Oyes los cantos de las mujeres que se volvieron antiguas de tanto buscar. Ellas cruzan la plaza, con sus tetas en el suelo y las ganas apagadas en la caída del agua. Ya no lavan sus rostros para conservar el olor de sus hijos.



El baile

Las cantaoras atraviesan la calle de la oscuridad y entierran los caballos del ruido. Y tú ahí, caído, en un asiento perpendicular a la pared ves pasar el cortejo de las navajas. Cae la tela que cubre un rostro, tal vez el mismo que vocaliza la marcha de las candelillas. Secas tu llanto con las prendas de los gritos en la coreografía de hombres alineados. Estás en la memoria del almendro, con bailadores en el lienzo, en la liviandad de niños descalzos que ríen y saltan sin temor a pisar un estruendo.

























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