Selección de Jennifer García Acevedo
Emmelie Prophète, Puerto Príncipe
ACUÉRDATE UN DÍA
Acuérdate un día
de esta ciudad despedazada
Entre el ruido, la tontería y el dolor
Se creó la infidelidad, el azul de las aceras de otro
continente
La locura se hizo útil
Nos esmeramos en dibujar puertas de salida
Desde tus ojos
el vacío debe ser reinventado.
Mozart F. Longuefosse, Puerto Príncipe
TÚ LE DIRÁS
En la entrega de su vegetal murmuro
Tú le dirás
Que en la escuela del decir
Yo jamás supe.
Pero siempre el decir mutilado
Se atenúa en la muñeca de mi musa ronca
Marcando de manera tangible lo indecible.
Frankétienne, Ravine-Sèche
De tanto querer decir, no soy más que una boca vociferante. No me interesa en absoluto saber lo que escribo. Simplemente, escribo. Porque es preciso. Porque me ahogo. Escribo cualquier cosa. No importa cómo. Pueden llamarlo como quieran: novela, ensayo, poema, autobiografía, testimonio, relato, ejercicio de memoria, o nada en absoluto. Ni yo mismo sé. Sin embargo, lo que escribo no me es ajeno. Nadie podrá llegar a decir mucho más de lo que habrá vivido.
Me ahogo. Escribo todo lo que se me pasa por la cabeza. Lo importante para mí es el exorcismo. La liberación de algo. De alguien. Quizás de mí mismo. La liberación. La catarsis. Me ahogo. No encuentro un respiradero. Y ataco las paredes de mi asfixia con el ariete de las palabras. Si a pesar de todo, ellas no se abren, alguien al pasar oirá la embestida anárquica de mi lenguaje, o el SOS bárbaro de mi agonía. He pensado lo suficiente. La gente en mi alrededor piensa demasiado. O quizás no piensa en absoluto. Estoy cansado. Ahora estoy golpeando a puertas que no se abren. Doy brincos de impaciencia. Grito. Llamo. Vocifero. ¿Lograrán mis gritos de alarma conmover a alguien? ¿Alcanzar un blanco sensible? No sé. Sin embargo, la desgracia, la miseria, la desesperación, la ira, los ríos, las tempestades, la sangre, el fuego, el mar, los ciclones, mi país, los árboles, las montañas, mi pueblo, las mujeres, los niños, los ancianos, todas las cosas y todos los seres hinchan mi voz, a tal punto que si fracaso, habré estado realmente solo. Espantosamente solo. Horriblemente solo. Yo acuso desde ya a los fariseos de la cultura in vitro. ¡Filósofos holgazanes! ¡Desháganse de los bacilos del espíritu puro! Explíquenme esta sed en torno a toda la tierra. Estos campesinos desnutridos que se alimentan de papilla de piedras. Estos niños que mueren de fiebre. Este amigo que perdí, extraviado en el ejército de invasión americana en Vietnam. Esta mujer que se fue y nunca más regresó. El tercer mundo escarnecido, despreciado. La amenaza de las Potencias imperialistas. La ceguera de la gente que no sabe cómo descifrar los graffitis del tiempo que pasa. El orgullo analfabeto de las dictaduras que pisotean los sueños de los pueblos. Los escalofríos de la muerte. Las palpitaciones de la vida. La tristeza de unos. La alegría de otros. El enigma de la muerte. Hasta mi corazón que palpita. Explíquenme todo esto. Tendré incluso la paciencia de escuchar y de oir, si la acción está al final de la sabiduría. Mientras espero, hablo por la voz de Raynand, por la voz de Paulin, por la mía propia. Raynand y Paulin son el mismo y único personaje. Yo soy su voz, ora débil, ora fuerte, pero siempre existente. Siempre presente. La voz del tercer mundo descuartizado. La voz sofocada bajo sombras gigantescas. Raynand cansado, se busca en Paulin, imagen del que lucha por transformar la repugnante realidad. Y en el intervalo, una voz permanece audible, es la de Raynand, la de Paulin, la mía propia. Ahora bien, yo mismo no sé nada aún de la vida que me arrastra en un tren de espejismos y utopías vivaces.
Evans Okan, Petion-Ville
DEL RITO Y LA CEGUERA
Cuando cae la noche a la luz de una lámpara de vidrio, un niño reza para la abuela que duerme. En el mismo instante afuera del templo, dos pescadores buscan a Dios en un mar de alcohol. Un poco más lejos en el pueblo, el tambor suena en medio de cada oración y el baile de las mujeres se mezcla con un salmo. Como respuesta a los ritos, desciende una deidad sobre la tierra. Del país de donde soy, se puede bajar una estrella, mientras el espíritu habla y los santos bailan. También hay almas que nacen en el agua y son semejantes a la sangre que corre entre las piedras. En el día, para llegar a la misa, muchos hombres cruzan una esquina vestidos de blanco, la misma donde se paran otros testigos para esperar la hora sagrada. Al mismo tiempo, está Dios desnudo pidiendo un pan y no hay ojos que lo miren.
Jean Jacques Pierre Paul, Jacmel
PUERTO PRÍNCIPE ON MY MIND: DIÁLOGO CON UNA CIUDAD DESESPERADA —¿Has escuchado la ópera de los huesos fracturados? No sé qué hacer, desde el seísmo paso la noche sólo con la muerte. Respiro constantemente las heridas del silencio. La herida de las heridas. —Morir es una flor de arritmia que crece irreversible en el camino y la esperanza, una ciudad que desaparece bruscamente bajo mis pasos de tanto abrazar el vacío. Aquí la muerte es el nombre impronunciable de la vida. —Los humanos mueren todos los días. Pero un país es un sueño que nunca muere. —El corazón de la ciudad palpita débilmente porque los horizontes han envejecido. El derrumbamiento de la última catedral agudiza los últimos gritos. Se acabó el mito de las encantaciones. Se acabaron los cantos ambiguos. Morir es demasiado fácil. —¿Sabías que el hombre que cada mañana se precipitaba hacia su ventana para asistir al concierto de las nubes no tuvo tiempo de escribir tu nombre en el libro de las metamorfosis? Se llama Georges Anglade, el iluminado o el incomprendido. —Entré en una iglesia, había solamente hombres de rodillas. Y pienso: el día que este caos de a luz a la luz tan esperada le diré al mundo que ya no es mi cobijo.
—Nadie muere por nadie. Nadie muere sin nadie. No hay dolor individual donde la tierra tiembla sin avisar. Oh gran soñador, algo siempre respira en el fondo de las fallas. Los lugares tienen más memoria, más cantos que los humanos.
Louis-Philippe Dalembert, Puerto Príncipe
YO NUNCA HE DICHO PAPÁ
a yvon le men, que comprenderá a paul negociante (marchd, puede ser el apellido) también, que es de la misma raza
yo nunca he dicho papá y no lo diré nunca yo no poseo día de hoy mayor vergüenza de decirlo el tiempo ha pasado en que yo estrechaba tu ausencia entre los repliegues de mi malestar de mi pudor vasto y seco como un abrazo paternal
el tiempo ha pasado pero me ocurre todavía buscar esta palabra u otra que se le parezca eso me ocurre a veces a la vuelta de una pesadilla o porque no he sabido batir las tinieblas bajo mis pasos y cuando mi mano cree encontrarlo es para encerrarse sobre el polvo de mis tartamudeos ecos vacíos de mis pasos de hombre
yo nunca he dicho papá y no lo diré nunca ya no tengo vergüenza de decirlo el tiempo ha pasado ¿hoy en día a quién decirlo? estos rumores sordos de la ausencia tras de su máscara de despreocupación estas tinieblas de azul abisal el miedo al vacío también ningún brazo nunca será bastante fuerte para devolverlos al grito primal
yo no poseo fotos de infancia juntos no las tendremos nunca de ti yo no tengo sino ese cliché del matrimonio en que mis sueños huérfanos trazaban en vano el color de tu risa el tiempo ha pasado en que yo temía su ausencia el tiempo ha pasado yo le he vuelto a encontrar desde entonces entre los ojos de mi hijo.
Navia Magloire, Cabo Haitiano
ESCISIÓN
La nada invierte el ritmo
de montañas hambrientas
y las guitarras secuestradas enmudecen
en la complicidad del vacío
vivimos en suspenso
en la desbandada del mal amado
Los parásitos invaden la lira
de los cafetos
y los banjos aturdidos se pierden
en el cinismo del viento
caminamos al revés
en el lamento de la mal amada
La insolencia acecha el aire
de los combites
y los bambús caídos se agotan
en los Raras abandonados
morimos de pie
en la paradoja de la tierra incomprendida.
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